jueves, 31 de mayo de 2012

TRATADO DE ANGOSTURA

El Globo, Caracas, 20 de Julio de 1998
Demagogia de la demanda
Luis Barragán


“Nuestro tiempo es el fin de la
historia como futuro imaginable
o previsible. Reducidos a un
presente que se angosta más y más,
nos preguntamos: ¿a dónde vamos?; en
realidad deberíamos preguntarnos:
¿en qué tiempo vivimos?”
Octavio Paz
(“El arco y la lira”, 1956, p. 265)


Toda campaña electoral es de actualización. La demagogia luce como un ingrediente natural, resumen de los distintos intereses y fuerzas, estilos e intenciones, emociones e intuiciones,  que sinceran su rivalidad. No obstante, al sobrepasar determinados límites, constituye todo un peligro, según advierte Perogrullo.

Poco importa que la demagogia se encuentre del lado de la oferta, pues, al fin y al cabo, su multiplicidad promete las inevitables dosis de sinceridad al arreciar la competencia.  Esto es, en la medida que la banalidad aumenta su ritmo, a través de compromisos que jamás podrán cumplirse  o de promesas fatigosamente absurdas, la verdad y la forma de transmitirla adquieren mayor valor, si nos atrevemos a un enfoque de simple mercadeo.

Lo preocupante es la demanda de demagogia. Evidentemente, ha estado condicionada, pero – a su vez – es condicionante. Se perfila cuando no hay una básica conciencia del tiempo en que se vive. Y hay creencias que se consolidan, a pesar de todo lo que venimos padeciendo. Una de ellas es la de asumirnos como un país rico por el solo hecho de habitar al ras de lo que es una inmensa tumba de petróleo. Si bien es cierto que los candidatos presidenciales que triunfaron en 1988 y 1993  dijeron que volveríamos a las antiguas bonanzas o que bastaría  con eliminar el IVA, tambien lo es que prevalece, como presupuesto y criterio de selección para 1998, la idea de un acto voluntario, de un plumazo para recuperar los niveles de vida de hace cinco, diez y hasta veinte años atrás. Basta  no cumplir con el servicio de la deuda, sin imaginar siquiera una estrategia alterna, concreta y convincente, para superar el problema y evitar que siga hinchándose. Lo que es peor, nuestra historia parece agotada y no precisamente por aquellas tesis que apunta al fin de las ideologías en las naciones desarrolladas, sino por la suprema orfandad de proyectos que es posible gracias al desconocimiento de la realidad, en los espacios comunes.

Sobran los diagnósticos técnicos e impecablemente elaborados, pero mientras no sean “traducidos” y asumidos por la sociedad global o la gente, simplemente no existen. Partimos hacia el futuro anhelado. No está medianamente dibujado. Lo grave es que no sabemos compartidamente de dónde partimos. Y es  otra  perogrullada la de suponer que el próximo gobierno, como el actual, deba tomar medidas que hoy nadie quiere aceptar y oir, sorprendido porque sencillamente no se sabía de la dimensión múltiple de los problemas y, menos, del muy reducido margen de maniobras que acarrea su solución.

Se ofrece, pero también se pide, pan y circo. ¿Toda campaña electoral es de actualización?


Fotografía: Max Cardelli

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